Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las Universidades de Zaragoza y Florencia. En las bibliotecas florentinas nació su ensayo El infinito en un junco (2019), convertido ya en un éxito internacional. Reconocido con galardones como el Prix Livre de Poche en Francia, el Premio Wenjin de la Biblioteca Nacional de China, el Premio Nacional de Ensayo, el Premio ‘El Ojo Crítico’ de Narrativa, el Premio del Gremio de Librerías, el de las ‘Librerías de Madrid’, el galardón ‘Líder Humanista’, el premio ‘José Antonio Labordeta’, el Premio ‘Antonio Sancha’ de los Editores, el Premio ‘Artes y Letras’, así como el Premio Aragón 2021.
Colabora con prestigiosos medios como El País o Cadena Ser en España, Milenio en México, Corriere della Sera en Italia, Página 12 en Argentina, La Tercera en Chile y El espectador en Colombia. Ha publicado las antologías de artículos Alguien habló de nosotros (2017) y El futuro recordado (2020), y ensayos breves como el Manifiesto por la Lectura (2020).
Entre sus obras de ficción, destacan La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015). Ha publicado dos álbumes ilustrados: La leyenda de las mareas mansas (2023), con la pintora Lina Vila, y El inventor de viajes (2024), junto al artista José Luis Cano, acercando las leyendas clásicas a los lectores jóvenes. En esa línea destaca la adaptación gráfica de El infinito en un junco al cómic (2024), en colaboración con el dibujante Tyto Alba.
Irene ha recibido Doctorados Honoris Causa por la Universidad de Colima, en México (2024) y por la UNED, en España (2025). Además, colabora con proyectos sociales como Érase una voz, que recrea la literatura en los hospitales infantiles, Motete en el Chocó (Colombia), Leer en Salta (Argentina) o la Fundación para las Letras en México.
CON-TEXTO
Desde tiempos remotos las mujeres han contado historias, han cantado romances y enhebrado versos al amor de la hoguera. Cuando era niña, mi madre desplegó ante mí el universo de las historias susurradas, y no por casualidad. A lo largo de los tiempos, han sido sobre todo las mujeres las encargadas de desovillar en la noche la memoria de los cuentos. Han sido las tejedoras de relatos y retales. Durante siglos han devanado historias al mismo tiempo que hacían girar la rueca o manejaban la lanzadera del telar. (…) Aunque ya no soy aquella niña, escribo para que no se acaben los cuentos. Escribo porque no sé coser, ni hacer punto; nunca aprendí a bordar, pero me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz.
Fotografía @Jorge Fuembuena